José Vasconcelos visita el Istmo de Tehuantepec. Salina Cruz y Juchitán antiguo.

Meses antes del estallido de la revolución mexicana el «Maestro de América» realizó un viaje de proselitismo político a nuestra región Istmeña. Tiempo después al escribir sus Memorias hacía el año de 1935, nuestro paisano Oaxaqueño dedica un capítulo intitulado «El Istmo» del tomo «Ulises Criollo», a recordar esta experiencia en la que logra una minuciosa descripción del ambiente, los paisajes y las personas que a su paso encuentra. Espero les resulte interesante.




José Vasconcelos.

Por Juchitán llegué otra vez, aprovechando la ocasión para instalar un club que cumplió entre los buenos. Aquello era meter discordia en los feudos mismos del Caudillo. Una mujer adinerada, comadre de Porfirio Díaz, era cacique reconocida en aquella especie de matriarcado indígena. Anteriormente nadie se le enfrentaba. Me conquisté, sin embargo, a un tinterillo resuelto que asumió la representación maderista, y más tarde fue diputado.


Casa de doña Juana Cata Romero en Tehuantepec, fiel compañera de don Porfirio Díaz.
Cuenta la leyenda que el caudillo oaxaqueño mandó construir las vías del tren justo que pasaran cerca del balcón de su entrañable amiga.

Y, por supuesto, según acontece en la juventud, el propósito práctico, el negocio profesional la acción política son otros tantos pretextos para gozar las oportunidades y las sorpresas del ambiente. Pocos se aventuraban por aquellas regiones mal afamadas por el vómito negro y el paludismo, incómodas hasta lo increíble, así se fuese bien provisto de dinero. Con todo, una vez acomodado a las circunstancias, descubría el viajero raros encantos, aparte de sensualidades violentas y exóticas.

En el entronque de Santa Lucrecia —hoy Jesús Carranza, Veracruz— había un único hotelillo de chinos, al que se llegaba de noche. Lo común era encontrarlo lleno.
No hay cuarto solo decía el camarero.
Está bien respondía la fatiga del solicitante; deme una cama.
No hay más que media cama.

Indignado, salí pensando que sería fácil recostarme a la interperie. No contaba con el pinolillo, el jején y las serpientes, las garrapatas, los mosquitos. Pronto regresé, temeroso de que ya ni la media cama estuviese disponible. El chino, indiferente, me dio lo que acababa de rehusar. Un sujeto grueso, barbudo, envuelto en una sabana limpia, roncaba en un lado de la cama no muy ancha. Sin quitarme la ropa interior, me envolví también en otra sábana y me acosté con precaución.


Juchitán Oaxaca. Paseo Antiguo.

El desconocido se volvió de espaldas; le di también la espalda y me empeñé en dormir, Al día siguiente la cuenta era alta. En los carros del ferrocarril los viajeros quejosos denunciaban que la demora en instalar un buen hotel era debida al precio excesivo que por simple arriendo exigían los administradores de las tierras del contorno, tituladas a favor de la esposa del Presidente Díaz.

Los concesionarios ingleses ponían vagones de primera para el tráfico internacional del Istmo, que en aquel tiempo circulaba un convoy cada dos horas. Periódicamente veíamos los cambios ocupados con hileras de vagones de mercaderías de Asia, que por allí tomaban el rumbo de Europa antes de la apertura del canal de Panamá.


Salina Cruz, Oaxaca. Vista antigua.

De aldea de pescadores, Salina Cruz había saltado a la categoría de gran puerto mundial, todo se había improvisado en cuanto a urbanización; pero las obras de ingeniería del puerto eran espléndidas. Un rompeolas en muralla y como catedrales, calles nuevas de casas de madera recién pintadas albergaban una multitud de todas las latitudes del planeta. En los restaurantes y cantinas, en mesillas al borde de la acera, se bebía a toda hora cerveza de Monterrey o de Alemania. Brisas marinas del atardecer disipaban el calor del día.

Entre los bebedores había quienes se ufanaban de completar la docena de bocks (tarros de cerveza); nunca faltaba quien invitase la ronda. El derroche de dinero provocaba locas apetencias sensuales. Había de todo para comer: desde las uvas de Málaga y las manzanas de California hasta los más exquisitos frutos del trópico: mangos y chicozapotes, piñas y mameyes. A los guisos criollos de lechón en salsa y pavo en mole se añadian las latas de Burdeos, atunes y espárragos, los pimientos de España.


Coatzacoalcos, Veracruz. Vista antigua.

La ruleta, el contrabando, el comercio, improvisaban fortunas que en seguida corrían deshechas en champaña; todo el que algo tenía lo gastaba sin preocupación, seguro de que el día siguiente sería mejor. Pues ¿no estaba en sus comienzos la prosperidad de aquella ruta donde convergía el tráfico del mundo? Las conversaciones de aquellos piratas en fiesta versaban sobre monto y manera de las ganancias. Los nuevos ricos se dedicaban a la especulación; los pequeños propietarios de la vispera habían visto centuplicado el valor de sus tierras vendiéndolas, arrendándolas al extranjero, y todo el mundo se divertía dando…


Teatro Alcantar en Salina Cruz, Oaxaca. 1920 ca.

Ninguna apetencia de la carne quedaba insatisfecha. Comisionarios chinos explotaban la pareja siamesa del vicio: el amor y el azar. Ruletas y juegos dudosos chupaban el oro de los incautos, y en salones de baile anexos podían escoger en la lujuria desde la rubia canadiense hasta la negra antillana con todas las gradaciones de la piel, la edad y el gusto.

Y entre la clientela de ingleses y mexicanos, yanquis y españoles, italianos y japoneses, alemanes, chilenos, canacos (de Nueva Guinea), de todo vaciaban los trasatlánticos y veleros y todo lo acarreaba el ferrocarril para llenar otras calas desde el Pacífico hasta el Golfo de México.


Antigua terminal del ferrocarril en Salina Cruz, Oaxaca.

Por aquel año de 1909, al lado de tal anticipación de Panamá; Tehuantepec conservaba su carácter autóctono, mas bien criollo. A un lado sobre la vía del ferrocarril de Chiapas, Juchitán se conservaba colonial, con atractivo que no tiene par en todo el planeta.

Uno de los agentes de nuestro Banco para los negocios de tierras de la región era juchiteco nativo, pero de origen europeo. El nombre de su familia, muy influyente en la localidad denunciaba la procedencia francesa. Tanto él como sus primas tenían la piel tostada y los ojos azules. A las mujeres, el cruzamiento indígena les dejaba el porte de estatuas en acción un poco lánguida. No hay entre los mestizos de América tipos esculturalmente más hermosos y sensuales.

El juchiteco descendiente de franceses hablaba español, inglés y zapoteco. Su amistad me abrió puertas comúnmente cerradas al forastero, así sea mexicano, que para el caso era igual casi a un yanqui, pues las mujeres solían hablar únicamente el idioma de la región. Se celebraban unas fiestas llamadas “Velas”, especie de carnaval de aguardiente y danzas en vísperas de alguna fiesta religiosa.


Tehuana.

Ataviadas con telas rojas y amarillas, con tocas blancas, estrechas de hombros y de cintura, amplias de caderas, duros y punteados senos y negros ojos, aquellas mujeres tienen algo de la India sensual, pero sin la religiosidad. Su baile, La Zandunga, es hoy popular; pero habría que oírla en aquellas orquestas acompañadas de clarines marciales, bajo el tejado de palma, en la noche estrellada y ardiente.

Espectáculo deslumbrante es también el del mercado, en las horas tempranas, por ejemplo, en el pueblo de Tepelpan (sic), inmediato a Juchitán. Oro encendido es el arenal en que se asientan casas en rosa o verde claro; pilastras con tejaván abrigan los puestos de frutas y legumbres. Mujeres morenas, desnudos los brazos redondos, adornadas de collares de monedas de oro y blusas azules o anaranjadas, bromean y trafican con voces de cristal y miradas de llama.


Mujer Zapoteca.

Sopla brisa sobre el campo desierto y amarillo. De una casa con techo de paja salen dos mujeres, ondulando las caderas, desnudo el ombligo, tenso el corpiño por la erección de los pezones y erguida la cabeza que sostiene el gran cesto redondo de mercaderías. Van a la plaza. Caminan sobre la arena dorada con los pies limpios, ligeros y desnudos. En sus desnudas pantorrillas hay la consistencia de la palma real. Y en sus labios, la frescura opalina del agua de coco tierno.





Pocos son los personajes históricos Oaxaqueños que brillan por la contradicción y polémica en razón de sus posiciones ideológicas como José Vasconcelos, a grado tal que en la etapa de su madurez dedicó sus trabajos al fomento de la cultura Nacional Socialista alemana en nuestro país como editor de la revista «Timón», a inicios de la segunda guerra mundial. Al márgen de sus desaciertos políticos, todavía no hay quien logre alcanzar la grandeza de su actuación al frente de la Secretaría de Educación Pública, creada y encabezada por él, en el gobierno post revolucionario de Álvaro Obregón.

Ay de aquél político o escritor que no ejerza su oficio con pasión. . . Mejor que se dedique a otra cosa, solía decir Vasconcelos, autor del apotegma «Por mi raza hablará el espíritu» inscrito en el escudo de la Universidad Nacional Autónoma de México; quien además, como escritor, siempre ha gozado de un especial aprecio por la intensidad y sencillez de su prosa.

Como rasgo biográfico, es oportuno mencionar que José María Albino Vasconcelos Calderón (1882 – 1959) mantuvo escasos lazos afectivos en Oaxaca. Desde sus primeros años de vida, en virtud de los cargos públicos de su padre, la familia radicó en diferentes entidades de la república mexicana. Salvo algunas breves estancias en nuestro estado motivadas por el origen de su esposa —también oaxaqueña— la vida de nuestro autor transcurrió entre el ir y venir de sus viajes por toda la geografía nacional, residencias temporales en varios paises e incluso, el destierro a causa de sus enfrentamientos políticos.

Nunca comprenderás que aparte de los que no pudieron lograr fama, hay los que la despreciaron. Los que teniendo en el puño el éxito, sonrien y lo dejan caer.

Nada tiene que ver con la envidia el soberano desdén. Ni puede padecer envidias quien está enchido, embriagado de poder interno dichoso. Pudiera ser pastor de ovejas, dominador de jaurías, sin embargo; para lo primero me sobra sinceridad; para lo segundo me estorba el asco.

Disfrutar de fuerza ignorada y segura y disimularla con sincera, imperturbable bondad. Combinar así la grandeza y ternura. Tal es mi propia concepción del genio.

Memorias. Ulises Criollo.
Capítulo «El Intelectual».




Bibliografía.

Ulises Criollo.
José Vasconcelos. 1983.
Fondo de Cultura Económica.
México.



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